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Thursday, February 25, 2010

EL TROZO DE BONIATO


(Sergio Jesús Fernández - 18 de Febrero de 2010)

No sé si a alguien más le habrá sucedido, pero recuerdo que cuando niño una vez me atoré con un pedazo de boniato hervido y casi me ahogo. Por suerte, mi abuelo Andrés notó lo que me estaba sucediendo y me dio un manotazo en la espalda que hizo que el pedazo de boniato fuera a dar al extremo opuesto de la mesa del comedor. Acto seguido comencé a llorar a moco tendido y algunos me decían que ya había pasado, que no había sido nada, y por supuesto, no faltó quien recriminara a mi abuelo por el manotazo.

La verdad del caso es que yo no estaba llorando porque me hubiese dolido el manotazo, ni tampoco por el susto que pasé cuando sentí que casi me ahogaba, yo estaba llorando porque mi abuelo Andrés era uno de esos hombres a los que la gente suele llamar “un pedazo de carne con ojos”, o “un pan de Gloria”, de tan noble y bueno que era. Jamás, en mis cortos seis años de edad, me había puesto un dedo encima como forma de disciplina. Por consiguiente, jamás hubiese yo esperado semejante manotazo de mi abuelo Andrés, y esa era la causa de mi desconsolado llanto. Me sentía culpable de haber provocado, con mi glotonería, la ira de un abuelo que nunca se molestaba.

Por suerte, mi angustia y mi sentimiento de culpabilidad quedaron disipados cuando mi abuelo me cargó, me sentó sobre su pierna derecha y me dijo: “Macho, si no te doy esa sacudida, te me ahogas con el trozo de boniato. Menos mal que te vi ahí, batallando, tratando de tragar y de respirar a la misma vez, que si no…”. Luego, con esa bondad y esa paz que lo caracterizaban, continuó diciéndome: “muerde poquito y mastica mucho mi’jo, para que no te atores”. Entonces me frotó la espalda con su mano y me devolvió a mi asiento. Mi llanto y mis penas desaparecieron como por arte de magia y todos seguimos comiéndonos el delicioso tasajo frito con boniatos que había preparado mi abuela aquel domingo.

Hoy, cada vez que me atraganto con los bocados de la vida, el manotazo de mi abuelo Andrés sigue haciendo en mí su labor de salvamento, y sus palabras siguen trayéndome el necesario consuelo. A veces, por esos azares inexplicables de la vida, tiendo a abarcar más de lo que puedo apretar y termino recibiendo una sacudida emocional de quien menos lo esperaba, y casi cuando las lágrimas van a empezar a asomarse, me acuerdo de abuelo Andrés.

Si bien es cierto que somos en parte culpables de nuestras propias “atragantadas”, también es cierto que las sacudidas que recibimos no siempre son necesariamente en represalia. La mayor parte de las veces la vida nos sacude para “desatorarnos de esos grandes trozos de boniato que nos hemos querido tragar casi sin masticar”.

La mayoría de las cosas en las que llegué a tener cierta destreza en la vida, como caminar, correr, patinar, montar bicicleta, subirme a los arboles, etc. me costaron caídas, torceduras, rasguños y moretones, pero al final me hicieron mejor y más fuerte, física y mentalmente.

En resumen, no hay porque dejar de comer boniato (si nos gusta) solo hay que “morder poquito y masticar mucho”, y si aun así nos atoramos; no olvidar que el manotazo (si tenemos la suerte de recibirlo) puede ser salvación y no necesariamente castigo.


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