(Sergio Jesús Fernández - 17 de Enero de 2010)
Había una vez un viejo malo, avaro y despiadado que, mediante la mentira y la violencia, se apoderó de una isla con una flora extraordinaria y habitada por un colibrí, un sijú, un almiquí, una jutía y un manatí. El viejo, quien además de ser malísimo, se había vuelto también feísimo, era conocido por casi todos como “cara de coco”, y en su arrogancia se había autodenominado rey gobernante absoluto de la isla.
Por más de medio siglo, el rey cara de coco les estuvo exigiendo a los animales de la isla que trabajaran la tierra, recogieran el fruto y se lo entregaran a él. Luego, como en un acto de noble benevolencia, permitía que los hambrientos animales recogiesen las sobras y las migajas que caían de su mesa.
Un día, el manatí se aventuró a incursionar en otras orillas que quedaban relativamente cerca de la isla del rey cara de coco y descubrió que los animales que vivían en esas otras orillas también tenían que trabajar, pero en lugar de dar todo a los hombres que los cuidaban, solo les daban una pequeña porción, para que los hombres que los cuidaban pudieran comer y dar de comer a los animales que se encontraban incapacitados para trabajar, ya fuese por vejez o por problemas de salud.
Como al manatí le pareció que en esas otras orillas la vida era, aunque no perfecta, mucho más justa y equitativa que en la isla del rey cara de coco, decidió regresar para contarles todo a sus compatriotas.
El manatí les contó a sus compatriotas todo lo que había aprendido en las otras orillas, pero para su desencanto, no todos le creyeron. El sijú dijo que aquello que contaba el manatí parecía demasiado bueno para ser verdad. La jutía llegó a insinuar que el manatí se había vendido al enemigo y por eso estaba diciendo esas cosas. Pero el almiquí, que tenía muy buena memoria y recordaba a la perfección como se vivía en la isla antes de que el rey cara de coco se apoderara de todo, se acercó al manatí y le dijo al oído:
-“Yo si te creo, porque sé que antes en esta isla se vivía así. Pero debes tener mucho cuidado de las cosas que hablas delante del sijú y la jutía porque todo se lo cuentan a cara de coco.”
También el colibrí, que de vez en cuando había hecho sus propias incursiones en otras orillas, se acercó al manatí y le dijo:
-“Yo creo tu historia, porque aunque sólo de lejos, he podido ver que en otras orillas se vive mejor. Pero por favor, no hables estas cosas delante de todos, porque hay algunos en los que no se puede confiar.”
Pasado algún tiempo, cara de coco notó que ya no estaba recibiendo la misma cosecha y le preguntó a sus informantes si habían notado algo extraño. Muy atemorizados y con la gran adulonería que los caracterizaba, el sijú y la jutía le respondieron:
-“Oh rey poderoso, dueño de todo, primerísimo de todo, lamentamos decirte que el manatí nos contó cosas muy extrañas y el almiquí y el colibrí le creyeron y se escaparon todos a vivir en otras orillas. Por eso la cosecha está tan escasa, porque encima de todo, ellos eran los que más y mejor trabajaban.”
Entonces, el rey cara de coco les dijo:
-“Pues si la cosa es así, de ahora en adelante ustedes tendrán que sacrificarse más y trabajar por ustedes y por los que se fueron, para que yo pueda seguir recibiendo lo mío. Así que arriba, váyanse a trabajar.”
Con el paso del tiempo la hermosa y rica flora de la isla se fue deteriorando y cada año las cosechas eran menores y peores, y la respuesta de cara de coco siempre era la misma, más trabajo y más sacrificio.
Un día el sijú se cansó de tanto atropello y le dijo a cara de coco:
-“¡Basta ya! La jutía y yo hemos sido incondicionales contigo y lo único que has hecho es abusar más y más de nosotros. No hay en ti el más mínimo rasgo de agradecimiento. Queremos que nos trates como nos merecemos.”
A lo que cara de coco contestó:
-“Jutía, ¿Es verdad lo que dice el sijú? ¿Tú también quieres que te trate como te mereces?”
Pero la jutía, que era sumamente miserable y cobarde le dijo:
-“No mi rey, no es cierto. Esas son cosas que dice el sijú porque seguramente se está acordando del manatí y de los otros, y quiere ser como ellos. Yo no, yo me conformo con lo que tu dispongas.”
-“Entonces mete al sijú en la cárcel y vete a seguir trabajando por ti y por todos los que faltan, pues yo no quiero perder lo mío.” Dijo cara de coco.
Eventualmente, el sijú murió en la cárcel y sólo sus compatriotas en las otras orillas lo recordaron y lloraron por él. La jutía murió por exceso de trabajo y desnutrición, y por consiguiente también murió el rey cara de coco. Nadie los recordó ni los lloró.
Moraleja:
Si algún día vieras tu isla gobernada por un rey tan malo como cara de coco, trata de ser manatí, almiquí, colibrí, o sijú, pero por favor nunca, NUNCA SEAS JUTÍA.
Por más de medio siglo, el rey cara de coco les estuvo exigiendo a los animales de la isla que trabajaran la tierra, recogieran el fruto y se lo entregaran a él. Luego, como en un acto de noble benevolencia, permitía que los hambrientos animales recogiesen las sobras y las migajas que caían de su mesa.
Un día, el manatí se aventuró a incursionar en otras orillas que quedaban relativamente cerca de la isla del rey cara de coco y descubrió que los animales que vivían en esas otras orillas también tenían que trabajar, pero en lugar de dar todo a los hombres que los cuidaban, solo les daban una pequeña porción, para que los hombres que los cuidaban pudieran comer y dar de comer a los animales que se encontraban incapacitados para trabajar, ya fuese por vejez o por problemas de salud.
Como al manatí le pareció que en esas otras orillas la vida era, aunque no perfecta, mucho más justa y equitativa que en la isla del rey cara de coco, decidió regresar para contarles todo a sus compatriotas.
El manatí les contó a sus compatriotas todo lo que había aprendido en las otras orillas, pero para su desencanto, no todos le creyeron. El sijú dijo que aquello que contaba el manatí parecía demasiado bueno para ser verdad. La jutía llegó a insinuar que el manatí se había vendido al enemigo y por eso estaba diciendo esas cosas. Pero el almiquí, que tenía muy buena memoria y recordaba a la perfección como se vivía en la isla antes de que el rey cara de coco se apoderara de todo, se acercó al manatí y le dijo al oído:
-“Yo si te creo, porque sé que antes en esta isla se vivía así. Pero debes tener mucho cuidado de las cosas que hablas delante del sijú y la jutía porque todo se lo cuentan a cara de coco.”
También el colibrí, que de vez en cuando había hecho sus propias incursiones en otras orillas, se acercó al manatí y le dijo:
-“Yo creo tu historia, porque aunque sólo de lejos, he podido ver que en otras orillas se vive mejor. Pero por favor, no hables estas cosas delante de todos, porque hay algunos en los que no se puede confiar.”
Pasado algún tiempo, cara de coco notó que ya no estaba recibiendo la misma cosecha y le preguntó a sus informantes si habían notado algo extraño. Muy atemorizados y con la gran adulonería que los caracterizaba, el sijú y la jutía le respondieron:
-“Oh rey poderoso, dueño de todo, primerísimo de todo, lamentamos decirte que el manatí nos contó cosas muy extrañas y el almiquí y el colibrí le creyeron y se escaparon todos a vivir en otras orillas. Por eso la cosecha está tan escasa, porque encima de todo, ellos eran los que más y mejor trabajaban.”
Entonces, el rey cara de coco les dijo:
-“Pues si la cosa es así, de ahora en adelante ustedes tendrán que sacrificarse más y trabajar por ustedes y por los que se fueron, para que yo pueda seguir recibiendo lo mío. Así que arriba, váyanse a trabajar.”
Con el paso del tiempo la hermosa y rica flora de la isla se fue deteriorando y cada año las cosechas eran menores y peores, y la respuesta de cara de coco siempre era la misma, más trabajo y más sacrificio.
Un día el sijú se cansó de tanto atropello y le dijo a cara de coco:
-“¡Basta ya! La jutía y yo hemos sido incondicionales contigo y lo único que has hecho es abusar más y más de nosotros. No hay en ti el más mínimo rasgo de agradecimiento. Queremos que nos trates como nos merecemos.”
A lo que cara de coco contestó:
-“Jutía, ¿Es verdad lo que dice el sijú? ¿Tú también quieres que te trate como te mereces?”
Pero la jutía, que era sumamente miserable y cobarde le dijo:
-“No mi rey, no es cierto. Esas son cosas que dice el sijú porque seguramente se está acordando del manatí y de los otros, y quiere ser como ellos. Yo no, yo me conformo con lo que tu dispongas.”
-“Entonces mete al sijú en la cárcel y vete a seguir trabajando por ti y por todos los que faltan, pues yo no quiero perder lo mío.” Dijo cara de coco.
Eventualmente, el sijú murió en la cárcel y sólo sus compatriotas en las otras orillas lo recordaron y lloraron por él. La jutía murió por exceso de trabajo y desnutrición, y por consiguiente también murió el rey cara de coco. Nadie los recordó ni los lloró.
Moraleja:
Si algún día vieras tu isla gobernada por un rey tan malo como cara de coco, trata de ser manatí, almiquí, colibrí, o sijú, pero por favor nunca, NUNCA SEAS JUTÍA.
Nota del autor:
Escribí esta fábula a sugerencia de mi amigo Miguel Pascual.
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