(Sergio Jesús Fernández - 15 de Mayo de 2009)
26Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra. 27Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. (Génesis 1: 26 y 27 - La Biblia de las Américas)
De acuerdo con algunos teólogos, este texto se refiere a una conversación entre Dios El Padre, Dios El Hijo y Dios El Espíritu Santo, en otras palabras; La Divina Trinidad. Nótese que en el versículo 26 la expresión “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” está en plural (Vulgata Latina “et ait faciamus hominem ad imaginem et similitudinem Nostram”). Luego continua, “varón y hembra los creó” (Vulgata Latina “masculum et feminam creavit eos”). Este texto no se está refiriendo a mujer y hombre; lo cual no toma lugar hasta Génesis 2:22. Si la mujer no había sido creada aun, “varón y hembra” tal vez se esté refiriendo a las características genéticas masculino/femeninas del ser humano. Entonces, el texto “los creó” (creavit eos) tal vez se esté refiriendo al hecho de que Dios, siendo una trinidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo, creó al hombre también como una trinidad, en este caso de alma, cuerpo y espíritu.
El entender que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios como trinidad y no como un parecido físico, nos ayuda a entender por qué la palabra de Dios dice: “No te harás ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.” Exodo 20:4 - La Biblia de las Américas (Vulgata Latina “non facies tibi sculptile neque omnem similitudinem quae est in caelo desuper”). El hombre, en su limitado conocimiento, no puede imaginarse la infinita divinidad de Dios. Por tanto, siempre que el hombre trate de encerrar lo infinito de Dios dentro de una imagen o forma, no podrá entender, ni creer como puede ser Dios omnipresente, omnisciente y omnipotente. Lógico; ¿Cómo podría un Dios de proporciones infinitas estar limitado a una forma física? Dios no tiene apariencia de hombre, ni de nada que el hombre sea capaz de imaginar. Aun si el hombre tratase de imaginar a Dios como todo el universo, el hombre se estaría engañando a sí mismo, porque Dios también creó el universo.
En lugar de imaginarnos la apariencia de Dios, deberíamos entender que somos una trinidad, así como Dios es una trinidad. La trinidad humana es semejante a la Divina aun hasta en su misterio, pues sabemos que aunque El Padre es Dios, El Hijo es Dios y El Espíritu Santo es Dios, El Padre no es El Hijo, ni es El Espíritu Santo. Así mismo sabemos que aunque el alma es humana, el cuerpo es humano y el espíritu es humano, el alma no es el cuerpo, ni es el espíritu.
El entender que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios como trinidad y no como un parecido físico, nos ayuda a entender por qué la palabra de Dios dice: “No te harás ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.” Exodo 20:4 - La Biblia de las Américas (Vulgata Latina “non facies tibi sculptile neque omnem similitudinem quae est in caelo desuper”). El hombre, en su limitado conocimiento, no puede imaginarse la infinita divinidad de Dios. Por tanto, siempre que el hombre trate de encerrar lo infinito de Dios dentro de una imagen o forma, no podrá entender, ni creer como puede ser Dios omnipresente, omnisciente y omnipotente. Lógico; ¿Cómo podría un Dios de proporciones infinitas estar limitado a una forma física? Dios no tiene apariencia de hombre, ni de nada que el hombre sea capaz de imaginar. Aun si el hombre tratase de imaginar a Dios como todo el universo, el hombre se estaría engañando a sí mismo, porque Dios también creó el universo.
En lugar de imaginarnos la apariencia de Dios, deberíamos entender que somos una trinidad, así como Dios es una trinidad. La trinidad humana es semejante a la Divina aun hasta en su misterio, pues sabemos que aunque El Padre es Dios, El Hijo es Dios y El Espíritu Santo es Dios, El Padre no es El Hijo, ni es El Espíritu Santo. Así mismo sabemos que aunque el alma es humana, el cuerpo es humano y el espíritu es humano, el alma no es el cuerpo, ni es el espíritu.
Cada persona de la trinidad Divina es Dios, como cada persona de la trinidad del hombre es humana, sin embargo; en ambas trinidades cada persona es individual, es decir; cada una tiene sus características y funciones específicas. Utilicemos el agua como ejemplo. Dependiendo de las condiciones, el agua puede manifestarse en estado líquido, sólido o gaseoso, pero en todos sus estados sigue siendo el mismo elemento, agua (H2O). O sea, el agua es H2O, el hielo es H2O y el vapor es H2O, independientemente de que, estando en su estado líquido, el agua no es hielo, ni es vapor.
Insisto en tratar de explicar la trinidad porque sólo así se puede comprender que es necesario mantener un balance entre alma, cuerpo y espíritu para el bienestar general del ser humano. Damos atención al cuerpo mediante alimentación, ejercicio, higiene, descanso, medicina, etc. Cuidamos del espíritu por medio de la fe y de las prácticas religiosas. Pero no nos ocupamos mucho de nuestra alma. El alma es la parte de nuestra trinidad donde residen todas nuestras emociones, y una de las formas de cuidar nuestra alma es evitando y desechando las emociones negativas, y cultivando y alimentando las emociones positivas, tal y como nos lo revela la palabra de Dios:
“Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lujuria, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, divisiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas. En cuanto a esto, os advierto, como ya os he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.”
(Gálatas 5: 19-23 - Versión Reina-Valera 1995)
Insisto en tratar de explicar la trinidad porque sólo así se puede comprender que es necesario mantener un balance entre alma, cuerpo y espíritu para el bienestar general del ser humano. Damos atención al cuerpo mediante alimentación, ejercicio, higiene, descanso, medicina, etc. Cuidamos del espíritu por medio de la fe y de las prácticas religiosas. Pero no nos ocupamos mucho de nuestra alma. El alma es la parte de nuestra trinidad donde residen todas nuestras emociones, y una de las formas de cuidar nuestra alma es evitando y desechando las emociones negativas, y cultivando y alimentando las emociones positivas, tal y como nos lo revela la palabra de Dios:
“Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lujuria, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, divisiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas. En cuanto a esto, os advierto, como ya os he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.”
(Gálatas 5: 19-23 - Versión Reina-Valera 1995)
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